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¡Somos Coyoacán!

Coyoacán: un solo barrio.

Colores de mi barrio, colores permanentes de mercado, de ventas callejeras y restaurantes de banqueta, con fiesta cada ocho días que se empatan unas con otras y así vivimos en una permanente alegría y buen humor. Instalados en la algarabía eterna.


Para dar autenticidad a las ferias del barrio llegan las trocas reventándose, bajitas las cajas, apenas pueden arrastrar los pesados juegos mecánicos que instalan en media hora: rueda de la fortuna, caballitos y las “tacitas” de colores escarapelados y con el olor a hierro a la vista. Éstos siempre deleitan a los niños, quienes desde horas tempranas corren a hacer fila para subirse a dar vueltas con un algodón dulce rosa o azul en una mano y en la otra el elote encremado salpicado de chilito naranja. ¡Cuidado, hay que alejarse y verlos desde lejos! No vaya una a ganarse una rociada de la revoltura digestiva. Los juegos de puntería, o de pesca en el agua, no tienen mucha taquilla. Los niños no quieren ganarse un puerquito de barro pintado con flores de colores, ya no se ahorra peso a peso.


No podemos dejar de comprar los panes de feria que casi casi vienen integrados a las servilletas hiladas por las mujeres de Oaxaca quienes hacen base en los alrededores del mercado. Han llegado en la mañana. Descienden de taxis, cargadas con bultos enormes que contienen el pasado y el futuro: blusas para todas las ocasiones, fundas para los cojines que adornan la sala de cualquier vecino. Estuches para los lentes, aretes y pulseras que no podemos dejar de comprar cada vez que salimos. Mientras, los caballeros dedicados al tejido en paja, han encontrado bodegas provisionales para alojar los canastos de muchos tamaños y hasta maletines para guardar su laptop, ofrecen.


Lo bueno del barrio es que ahora parece que es uno solo y no ocho como en tiempos hispánicos. Lo que pasa en uno, impacta a los demás. Por ejemplo, las “cuetizas” y fuegos artificiales que no sorprenden ni espantan a los perros. Creo que estos fieles animalitos de Coyoacán serán los primeros de esta especie que no se inmutan al escuchar el chiflido intermitente que hará estallar en miles de luces los fuegos artificiales de cada día.


Los habitantes de Coyoacán somos santos. O por lo menos éstos nos amparan, que no es lo mismo, pero ha de valer igual. Vivimos protegidos por la virgen de la Concepción, quien, en un diálogo de vecinas de tú a tú, nos permite decirle Conchita. Algunos más sofisticados pero igual de irreverentes hablan de El Barrio de la Conchita.


La Conchita tuvo un hijo aquí mismo, y por eso existe el barrio de El Niño Jesús. Bueno, eso creo porque los encuentro muy emparentados. Me lo inventé. Y en la misma tónica de inventos, estoy segura de que eso atrajo a San Francisco, San Antonio, San Lucas y San Mateo que quiero pensar que no siempre fueron santos. Llegaron los señores muy ricos y se hicieron de grandes terrenos que fueron poblando poco a poco, y, como eran conocidos como vecinos muy nice con los demás, al fallecer, quienes los conocieron hicieron el trámite ante el Vaticano, para que los nombraran santos. Y aquí están: Barrio de San Lucas, Barrio de San Francisco, Barrio de San Antonio... Ojalá podamos tener más de esos en un futuro.


Para explicar el barrio de Santa Catarina Mártir he creado esta fantástica historia para no quedarme atrás con la leyenda de la casa chica que Hernán Cortés construyó para la Malinche: La Casa Roja. Dicen que albergaba a la amante de Hernán Cortés —aquí en confianza, no sé por qué el color rojo en las casas siempre se relaciona con putas, amantes o mujeres alegres— y esta señora de La Casa Roja, le hacía la vida imposible a la esposa original del conquistador: Catalina Juárez. La Catalina vivía atravesando el parque y la capilla que aún hoy día podemos visitar, pero la Malinche guapetona y fértil se contoneaba por las calles mostrando la panza. Hasta que la esposa española se hartó. Un día le dio una tremenda perseguida para desgreñarla si la alcanzaba y la Malinche más rauda y veloz, aún con panza de embarazada, corrió hasta allá por la calle que siglos después se llamaría Francisco Sosa. Se detuvo a tomar aire por un minuto sintiendo que el Hernancito Jr. ahí nacería. Y la gente le gritó: ¡Ahí viene la Catarina! En lugar de ¡Ahí viene la Catalina! Ya ven cómo es la gente de mal hablada y mal pronunciada. Y ahí en esa misma esquina fue donde se desgreñaron la Malinche y Catalina, pero por el grito de ¡Catarina!, quedó el sitio conocido como plaza de Santa Catarina Mártir. Lo de Mártir es otra historia pero no quiero dejar de mencionar al octavo barrio integrado: San Diego Churubusco, que también tiene algo de santidad porque albergó el convento de los Dieguinos, quienes al ser tantos, procrearon a los Diegos. Por eso es que hoy día la alcaldía de Coyoacán es el lugar del mundo con más hombres llamados Diego que existe.


Somos Coyoacán: coloridos, ruidosos, bendecidos y chismosos.



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