El chorizo rancio y la morcilla reseca
Actualizado: 31 oct 2021
De las oscuras historias del pueblo, una de allí, de la campiña de Galicia. Aquella de la niña huérfana de seis años rescatada por el cura del pueblo. La que a los diez años, flaca y ojerosa deambulaba entre los pedruscos de la cantera en busca de hierbas y alimañas que llevar a la boca, de la que a los dieciséis años era una hermosa muchacha que ayudaba en la limpieza de la capilla y de la que, a los veinte, traía vueltos de cabeza a los hombres por las pasiones y a las mujeres por los celos.
Don Benito, que así era el nombre del cura, cogió un pedazo de pan y lo remojó en aceite de oliva. El chorizo estaba rancio y la morcilla un tanto reseca. Miró a la moza de reojo.
Oremos hija, para que el santo Señor dé paz a tu alma.
¡Oremos! Mañana iremos a Santiago de Compostela, allí perderé una hija pero es preciso que tú encuentres marido.
La moza despreció el trozo de pan; de un tazón cogió un puñado de cerezas, con lentitud las llevaba a la boca, las mordisqueaba y después escupía las pepitas al suelo.
¡Ana, Anita, hija! Decía el cura, rogándole que aplacara aquellos fuegos de hembra.
Ella tan solo sonreía. La mujer se regocijaba también, haciéndolo suspirar de angustia.
-Los fuegos están aplacados tío, dijo Ana, tengo con esta semana, doce ya de estar preñada.
Ni caso había ya de hacer el viaje a Compostela, pensaba ella. El tío Benito cerraba los ojos, y volvía a suspirar.
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